El tonto feliz
Calificación: Regular
¿Se puede ser feliz siendo un absoluto idiota? Tomando en cuenta que la felicidad es un estado consciente, pues entonces la respuesta a esta interrogante la tiene Barry (Steve Carrell), el mejor ejemplo del idiota feliz. Una buena persona que no le niega la ayuda a su repentino amigo Tim (Paul Rudd), y la manera de ayudarlo es simplemente siendo Barry, el idiota feliz.
Tim es un ambicioso ejecutivo que busca escalar posiciones. Una presentación de un proyecto le da la oportunidad de impresionar a su jefe Lance Fender (Bruce Greenwood), pero para eso tiene que superar una pequeña prueba. Debe llevar a un tonto a una cena de ricachones, y si éste resulta lo suficientemente divertido, le darán el trabajo que quiere.
Esta cinta es un remake de una film francés llamado “Le dîner de cons” (1997) y en esencia mantiene el espíritu de este tipo de comedias europeas, las cuales se sostienen principalmente debido a sus extravagantes personajes. Y éstos son los que sobran en esta cinta.
La principal carga cómica obviamente corre por cuenta de Carrell. En un notable esfuerzo por llegar a convertirse en el Peter Sellers de comienzos de este siglo, el comediante saca su mejor repertorio para darnos al perfecto idiota inconsciente. Barry está en completa paz consigo mismo. Una decepción amorosa lo ha marcado, pero esto es parte del proceso de vivir de Barry. No se convierte en su motor de vida, ni tampoco busca escapar de fantasmas. El es sólo sigue siendo Barry.
Las contrapartes de Barry son variadas e interesantes. Paul Rudd logra colocarse nuevamente como el compañero ideal de reparto. Sobrio y mesurado, resulta ser el contrapeso ideal a las locuras de Barry. Darla (Lucy Punch) se luce como la acosadora que es la pesadilla de todos los solteros del mundo. Zach Galifianakis es el adversario idóneo de Barry. El duelo final entre ambos, en el clímax de la cena, resulta sorprendentemente divertido, pese a lo absurdo que uno podría esperar que fuese. Fue el momento más teatral de toda la cinta.
Pese a todos estos aciertos, la cinta tropieza por las ambiciosas aspiraciones de sus productores. Convencido del material, tanto en guión como en personajes, que tenía a la mano, el director Jay Roach pretende aprovecharlo hasta el infinito. Esto termina ocasionando que el filme sea excesivamente alargado. Hay muchas escenas de más, ocasionando que los personajes sean explotados hasta el tedio.
El resultado es que la espera por la cena sea a ratos aburrida, poniendo a prueba la resistencia del espectador, que en la mayoría de ocasiones cede ante la presión. Mientras a la derecha de mi butaca un padre reía tranquilamente con su hija adolescente, dos filas atrás un señor llenaba con sus ronquidos toda la sala. Eso es lo que provoca esta cena de tontos. Que la satisfacción y la insatisfacción vayan agarradas de la mano al cine.
q critica mas basura